sábado, 26 de marzo de 2011

Recordando a María Azambuya



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En el mes de la Mujer 

y en conmemoración del día Internacional del Teatro

el Domingo 27 de Marzo


Recordamos a María Azambuya

por

Santiago Sanguinetti, Alvaro Ahunchain y Alejandro Persichetti

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María Azambuya

Fotografía: Alejandro Persichetti





Palabras sobre María

por Santiago Sanguinetti



La Dirección de Cultura del MEC, me pide que escriba unas palabras que acompañarán el comunicado sobre el reciente fallecimiento de María Azambuya. Y, no sabiendo del todo si soy la persona indicada para hacerlo, y teniendo la convicción de que antes que yo hay otros miles, admiradores y agradecidos como yo, no puedo negarme. No hay modo de negarse. Y mientras escribo, no termino de creer en la razón por la que escribo. Es que María era una mujer fuerte, incansable. Con energía para veinte estudiantes de la EMAD en cada curso, y más. Ella era dos o tres veces veinte. Fui su alumno en tercer año. Y ella será mi Maestra por siempre. Y lo fue para muchos, me consta. Tanto en la Escuela como en El Galpón. Un pilar de esos que sostienen por momentos y otras veces hacen caer las estructuras para volver a levantar otras nuevas y más sólidas, más personales. Cuando la conocí yo todavía era un pollito mojado, con veinte años y pocas ideas claras. Nuestro primer examen semestral giraba en torno a la creación de monólogos basados en cuentos de Jorge Luis Borges. Las premisas de María siempre fueron claras: comenzar a desarrollar la personalidad artística (insistía una y otra vez en esta idea), la madurez, la independencia creadora. Le interesaba formar artistas totales, no sólo actores o diseñadores. Eso la convertía en algo más que una docente: era una Maestra. Recuerdo que entonces le presenté dos propuestas, me hizo elegir, por supuesto, la más difícil… De ese modo se convirtió no sólo en una mujer que me hizo ver el teatro de un modo distinto (o, mejor todavía, me hizo ver el teatro, a secas), sino que también fue, sin saberlo, mi primera maestra de dramaturgia. Es que con María uno aprendía a actuar, a escribir, a dirigir, a ver. A ser distinto. A pensar la vida, a entender a los hombres de modo diferente. Siempre más complejo. María me hizo conocer la obra de Marco Antonio de la Parra, especialmente sus Cartas a un joven dramaturgo, libro que sigue a la cabecera de mis preferidos y, como ella, sigo recomendando a mis amigos. Y sigo pensando en ella. Y la tristeza se me mezcla con la nostalgia, el agradecimiento y la felicidad profunda de haber tenido la oportunidad de conocerla. De haber sido su alumno, de haberla tenido como referente, de haber puesto en ella mi confianza tantas veces y siempre salir reconfortado. Admirando su talento, su comprensión, su entrega, su sabiduría. Intentando robarle aunque fuese un poquito de todas esas cosas. Ella siempre estuvo ahí cuando alguien la necesitaba. Dejando el alma en cada nuevo compromiso. Dando palabras de aliento cuando venían bien. Y tirones de orejas cuando nos quedábamos atrás. "O lo hacés bien, como podés, o lo hacés así y te pongo una luz bonita de fondo y seguimos. Vos elegís", me dijo una vez cuando le estaba retaceando compromiso a un personaje… Una mezcla extraña de Maestra, Madre, Docente, Sabia, Amiga. Una persona imborrable. Eterna.

Falleció el sábado 26 de febrero, dejando una constelación de teatreros jóvenes a los que formó y que seguirán su camino reconociéndola como su Maestra, lo repito, no hay mejor palabra. Esa misma noche tuve función y en el teatro, antes de entrar a escena, y alejado de cualquier misticismo barato, de los que suelo huir, María estaba ahí. Y está desde nuestro primer día de clase. Una voz en el oído, en el mío y en el de muchos otros, dando siempre un buen consejo. Esos que sólo saben dar los hombres generosos. La vamos a extrañar. Vamos a seguir pensando en ella. Y va a seguir estando. Quisiera seguir escribiendo. Hay tanto más. Y a veces las palabras sobran. Quedan sus amigos, su familia, sus colegas, sus alumnos. Hasta siempre.



Santiago Sanguinetti.-

(Dramaturgo, actor, director y docente)





María Azambuya

por Álvaro Ahunchain


Cito aquellos versos de "Macbeth" que decían, traducción mediante, que "la vida es un actor que consume su hora sobre la escena y un instante después, no se le escucha nunca más". En "La memoria de Borges", un hermoso texto de Hugo Burel, que tuve el placer de dirigir hace dos años, hay una reflexión semejante. Borges, encarnado en Roberto Jones, decía: "Debo reconocerle a los teatreros que su efímero movimiento escénico es una analogía de la existencia". Cuando un actor interpreta a un personaje, está generando vida ficticia. Pero tan efímera como la vida real. Y al final de cuentas, uno se pregunta qué es ficticio y qué es real, si ambas vidas se desarrollan con similar fugacidad.

Estas reflexiones vienen a cuento porque el sábado murió una gran actriz, una exquisita directora y una brillante docente. Víctima de una enfermedad que la había obligado a abandonar su actuación magistral en la obra "Agosto", María Azambuya, una de las figuras consulares de la Institución Teatral El Galpón, consumió su hora sobre la escena, a la temprana edad de 66 años.

No tuve la suerte de trabajar con ella más que en un par de oportunidades, de manera tangencial. Sin embargo la admiré desde la platea, como una actriz sensible, inteligente y de una vasta cultura, condiciones éstas últimas que siempre potencian el talento interpretativo.

Dirigió un buen número de espectáculos, tanto para niños como para adultos. Recuerdo especialmente uno de 1990, con el que María recibió el Florencio como mejor directora y El Galpón el de mejor espectáculo, que se llamaba "El silencio fue casi una virtud". Se había lanzado a la aventura de realizar una creación colectiva sobre la vida bajo la dictadura, y el resultado fue un prodigio de minimalismo, un extraordinario logro estético pleno de emoción.

A sus aportes como actriz y directora, importa agregar lo que significó como docente de actuación en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Recuerdo una estupenda versión de "La muerte y la doncella" de Ariel Dorfman, en la que un muy joven Rodrigo Garmendia ya demostraba las condiciones que hoy lo hacen brillar en el teatro profesional. Es muy lindo leer los foros que está motivando el recuerdo de María en los portales de noticias. Verán allí la cantidad de testimonios de ex alumnos dolidos por su muerte, y al mismo tiempo agradecidos por todo lo que ella les aportó, tanto en lo técnico como en lo humano.

 

Frente a las derrotas cotidianas que sufre nuestra cultura, se levanta el ejemplo de integridad, ética y talento de María Azambuya. Por suerte hay varias generaciones de alumnos y ex compañeros que sabremos seguirlo.

 

 

 

Álvaro Ahunchain (Dramaturgo y director teatral)

Fragmento del texto publicado en el blog "Políticamente incorrecto"

de Montevideo Portal, lunes 28 de febrero de 2011

 




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